jueves, 31 de enero de 2008

Iruya



Me miró. Sonreía.

Yo estaba sentada en la escalera de la casa de Petrona.

Ella estaba con alguien: entraba y salía cargando mantas, aguayos.

Me miró otra vez. Cruzó las manos sobre el escalón.

Le sonreí y se puso seria. Me puse seria otra vez.

Sonrió.


Me sentí una cretina, pero saqué la cámara. Me había vencido.

Esperé a que la otra entrara.

No me animé en la primera vuelta.

Esperé a que entrara de nuevo.

Ahí le saqué una foto.

Le estiré la mano y retrocedió.


La otra volvió a salir. Le sonreí a las dos.

La otra me sonrió e hizo un gesto.

Entraron.


Y yo me sentí con la crueldad de la gente de mierda que saca fotos a escondidas en el zoológico, enfocando para que las mulas salgan junto a los nenes.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

La foto robada, la culpa que sale como una arista. La situación es incomoda en sí misma; incomodo pararse y estirar la mano, incomodo estirar la mano y escribir sobre eso. Al final, el riesgo que para alguien todo resulte "pintoresco"

FerchuM dijo...

Me mira, me mira mucho. Debo gustarle. Una mirada penetrante que me desnuda, me investiga, me desea. Me quiere tener, como el juguete ajeno, soy pequeña y norteña, soy de Iruya, y eso le fascina, como a todos esos que vienen y también me observan con curiosidad, con admiración. Pero, ¿por qué? ¿Qué es acaso lo que les sorprende de mí?
Me incomoda, me pone nerviosa, busco sostén para mi pequeño cuerpo en el escalón, no quiero que me vea más, pero ahí sigue, sonriéndome.
¿Por qué me sonríe? Me pongo seria. Ella se pone seria también. No puedo evitar reírme. Me causa gracia. Parece buena, ¿lo será?
Me espía. Disimuladamente me espía. ¿Qué estará pensando? Lo tuve que haber supuesto, está buscando algo y ya me lo puedo figurar... Sí, era obvio. Pero la esconde, no quiere que me de cuenta de lo que va a hacer. Esa maquinita que usan, quiere encerrarme en un instante, congelarme en el tiempo. Convertirme en recuerdo, en parte de un feliz viaje a un lugar de admiración, sorpresa y fantasía.
No se anima. Su actuar denota inseguridad, vergüenza, actúa como si me pidiera permiso. Escarbo en sus ojos, sin duda, le fascino. Pero no se atreve. Tan compenetrada está en sacarme la foto que no advierte lo que ocurre a su alrededor. Si ahora se diera vuelta y viera esa araña que está pasando por detrás suyo... ¡lindo respingo daría! Pero está ocupada, buscando el momento oportuno. Y parece que no quiere testigos. No. La gente que entra y sale la incomoda. Quiere apresarme para siempre en un momento irrepetible, único, para así volver cuantas veces quiera a este momento, a este lugar, a estos olores. Para regresar a una ficción, porque por más real que parezca, ya no lo será.
Pero no quiere ser vista, no quiere que haya castigo por su conducta. Esconde su aparatito cada vez que ella entra o sale.
De cualquier manera, se acerca el momento. Cada vez se torna más inevitable eludir el reflejo eterno, la mirada de los otros, el convertirme en objeto de estudio, o de arte, tal vez.
Ella entró con mantas, mi momento habría llegado. No se puede evitar el destino, apunta con su máquina para volverme la princesa eterna.
No voy a resistirme, me cae bien. Que se salga con la suya. Poso mirando a la cámara. Se escucha un ruido, casi imperceptible. No sale el relámpago con el que alguna vez me lastimaron los ojos.
Y aunque ella apenas lo note, está sonriendo. Su cuerpo recupera tranquilidad, armonía. Acaba de conseguirlo. Mira lo que hizo y se siente satisfecha.
Quizás algún día sienta culpa o se arrepienta, o tal vez, no, pero ese instante que transformó el instante en eternidad la convirtió en una persona feliz.
Ya no soy única en este mundo. Ahora tengo una hermana gemela con una parte de mi alma apresada en un recuadro, en un segundo, y que mirará eternamente, con la boca entreabierta, y haciendo equilibro sosteniéndose de un escalón. Yo no la podré acompañar. Confío que ella será su eterna compañera.